martes, 7 de junio de 2011

CHUPANDO DEL BOTE EN TIEMPOS DE CRISIS

He recibido esta mañana un correo de Julián Casanova, enviándome un artículo que acababa de publicar  hoy mismo en El País.


Julián Casanova, a quien algunos conoceréis ya por ser uno de los articulistas de la sección de opinión de El País, es escritor  e historiador (Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza). Habitual de coloquios y conferencias, tertuliano en Onda Cero, es, además de pertinaz divulgador de la historia,  un gran  comunicador. Fue asesor histórico y presentador de una serie de televisión documental  sobre la guerra civil española (“La guerra filmada”), editada por Filmoteca Española y el Ministerio de Cultura y emitida por Televisión Española.


Tuve el privilegio de conocerle fugazmente  a él y a otros cuantos personajes de gran valía, gracias  a las entrevistas que hice para un documental de Archivos Tema (“Las lágrimas del Presidente").  Casanova me pareció un tipo íntegro, con un discurso coherente  e inequívocamente progresista. Es uno de los historiadores españoles de mayor prestigio. Su tema de preocupación principal es la recuperación “memoria histórica” y el esclarecimiento de los crímenes del franquismo.


El artículo de Julián que reproduzco a continuación lo podéis encontrar en cualquiera de las ediciones de El País o en su página web casanova@unizar.es  . Trata acerca de La Real Academia de la Historia, otra más de esas instituciones decimonónicas, de escasa o nula utilidad y que en tiempos de crisis siguen actuando, sin recorte presupuestario alguno, mantenidas con dinero público.
  Yo supe de la existencia de esta Real Academia de la Historia, tras grabar una exposición en el Palacio Real de Real de parte de los  valiosos fondos artísticos ¡Que poseen en propiedad! Estoy convencido de que su mera existencia es a buen seguro desconocida por la mayoría de los ciudadanos españoles. Pues bien esta real institución, ha salido de su ensimismamiento y saltado a la palestra a raíz del escándalo originado por la publicación de su enciclopédico Diccionario Biográfico Español, cuya falta de rigor y sesgo ideológico pone en entredicho la bondad  y la asignación presupuestaria de la propia institución que lo sustenta. Especialmente criticada ha sido la benevolente “biografía” de Francisco Franco , en la que en ningún momento se contempla al Caudillo de España como lo que fue: un dictador.




   
TRIBUNA: Julián Casanova      LA  ACADEMIA Y LA HISTORIA

Todas las disciplinas académicas poseen sus métodos, reglas y hábitos que las identifican y deben respetar quienes se comprometen con ellas profesionalmente. Los historiadores no nos dedicamos solo a compilar listas de nombres, fechas, lugares y acontecimientos. La historia es una disciplina compleja y los historiadores un grupo muy variado. Además, el conocimiento histórico tiene límites bien claros, porque la verdad absoluta es inalcanzable y los hechos, como ya puso de manifiesto Edward H. Carr hace ahora medio siglo, nunca nos llegan en estado puro. Pero eso no quiere decir que inventemos la historia, ni que tengamos que renunciar a captar, por medio de enfoques y métodos de indagación apropiados, un pasado parcialmente verdadero.
Muchos españoles se han enterado estos días de que había una Real Academia de la Historia. De repente, una institución que no existía, o que, pese a ser Real, parecía estar en la clandestinidad, sale a la luz con un Diccionario Biográfico Español, presentado ante las máximas autoridades con elogios exagerados de sus propios miembros y de algunos ilustres invitados. Y cuando esperaban más parabienes, que la gente les abrazara efusivamente por tan noble y digna empresa, les cae encima una tormenta de vergüenza e indignación que pone bajo sospecha la profesión del historiador y alimenta esa creencia tan extendida de que la historia depende de quién la cuenta, que es una rama del saber totalmente subjetiva, sujeta a postulados ideológico-políticos o cercana a la ficción.
Más allá del escándalo provocado por el nulo rigor y sesgo ideológico con el que se han elaborado algunos textos para ese Diccionario, estamos ante una buena oportunidad de debatir temas importantes que afectan a nuestra democracia, historia y cultura.
Es normal que los diversos recuerdos de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco continúen persiguiendo nuestro presente, que ese pasado traumático provoque conflictos entre diferentes memorias, individuales y de grupos, como ocurre en todos los países que sufrieron regímenes políticos criminales.
Da igual que los mejores historiadores y especialistas en ese periodo proporcionen sólidas y contrastadas pruebas de que la Guerra Civil la provocó un violento golpe de Estado y de que la larga y sangrienta dictadura que implantaron los vencedores de esa guerra fue desastrosa para la historia y convivencia de los españoles. Muchos ciudadanos, por diferentes motivos, van a seguir pensando que Franco fue un santo varón que trajo paz, desarrollo, carreteras y pantanos. Lo que ofende y avergüenza es que los miembros de la Real Academia de la Historia divulguen y amparen las grandes mentiras de la propaganda franquista, retomadas hoy por afamados periodistas y aficionados a la historieta, y empleen para ello cuantiosos fondos públicos.
Con ser muy grave esa manipulación, el tema va más allá del uso político e ideológico que se hace de la historia. La Real Academia de la Historia no representa a nadie, ni a los historiadores ni a sus investigaciones, y su utilidad es escasa o desconocida. Sus académicos numerarios son un grupo de colegas, reclutados entre ellos, alejados en buena parte, aunque haya notables excepciones, de la docencia y de la investigación, de los congresos y debates historiográficos. Pero no solo es la Academia. En España hay numerosas instituciones públicas (locales, comarcales, autonómicas y estatales) que editan, con el dinero de todos, centenares de libros y revistas cuya calidad y rigor casi nunca se controla.
Bajo ese paraguas protector, algunos historiadores y miembros de otras disciplinas, en algunos casos también con puestos vitalicios en las universidades, nunca necesitan pasar los filtros de la competencia y el rigor que les exigirían en cualquier editorial de prestigio. La mayoría de esos escritos, de escasa calidad y distribución, y difíciles de digerir, apenas tienen lectores. Seguro que en un Diccionario Biográfico que incluye 43.000 personajes históricos han colaborado muchos profesionales competentes que se han ajustado a las pautas del rigor y al método crítico de aproximación a la historia. El escándalo es que sean los propios capitostes de la Academia quienes las incumplan y que eso constituya en parte el reflejo de una miseria intelectual y cultural todavía bastante extendida.
La verdad acerca de los hechos históricos se descubre y no se inventa. La objetividad es un sueño noble, pero entre esa sana ambición y la historia como pura construcción de quien la escribe hay una vía de diálogo entre el historiador y los hechos del pasado. Los historiadores tenemos que rastrear las fuentes, escuchar las voces del pasado y hacer preguntas al material investigado para ofrecer relatos fidedignos. Ese es nuestro desafío y quienes lo respetan, lo hacen bien y lo demuestran, son también respetados por sus colegas, por la comunidad científica y por el público que los conoce a través de sus escritos. La Real Academia de la Historia constituye ya una buena materia de estudio para la historiografía. En su estado actual, su existencia carece de sentido y tampoco parece que una reforma radical le pueda dar mayor legitimidad. Como ha demostrado toda esta polémica, la sociedad ya no necesita guardianes de las esencias de la historia.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.


           
Julián Casanova no es ni muchísimo menos el único intelectual español que ha alzado su voz contra este atropello. Mario Vargas Llosa dice: "Lo que ha ocurrido con la Real Academia de la Historia es una auténtica vergüenza, sobre todo en lo que se refiere a la biografía sobre Franco. No se puede admitir esto a estas alturas. Y aún menos se puede tolerar que esto se pague con dinero público". Además de la del Nobel hispano- peruano, podéis ver las opiniones al respecto de otros personajes de la cultura española tales como Fernando Savater Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas, Almudena Grandes, José Luis Cuerda, Elías Querejeta, Manuel Gutiérrez Aragón o  Manuel Borja Villel, en el artículo del 2-6-11 de El País “Contra el falseamiento de la historia” en el siguiente enlace:  http://www.elpais.com/articulo/cultura/falseamiento/Historia/



Por su afán en pro de la justicia histórica Julián Casanova queda nombrado obrero de honor 03 de esta colonia. El resto de los obreros ilustres, que ostentan ya tan preciado título son: Alejandro Cabrero (obrero de honor  00), Gervasio Sánchez (obrero de honor 01) y  Cristina de Burgos “La heroína de las ondas” (obrera de honor 02).

No hay comentarios:

Publicar un comentario